Micaela Flores Amaya, La Chunga Marsella, 1938

En la biografía de Micaela Flores Amaya, La Chunga, se funden tradición y modernidad a partes iguales. Tradición gitana de una mujer fiel a sus principios, creyente, púdica, madre y esposa. A su vez fue  hembra transgresora, artista valiente, que se convirtió en musa de los intelectuales de su tiempo de la única manera que ella sabe hacer las cosas: dejándose llevar

Su vida  transcurre entre los arrabales barceloneses, teatros, tablaos, Madrid, lugares míticos como El Corral de la Morería o Maxim’s en Paris, exposiciones en Nueva York, colaboraciones en Hollywood, su casa, sus hijos, su pintura, El Biombo Chino, veranos en Palma y todo con la misma espontaneidad  con la que baila para Dali, pinta elogiada por  Picasso, acepta viajar a Los Ángeles de la mano de Ava Gardner mientras Alberti o Blas de Otero le escriben poemas o Camilo José Cela elogia su arte.

Pero lo que más sorprende al conocer a La Chunga es la bondad que desprende. A ella le gusta definirse como “una buena gitana” que ha intentado siempre cumplir con sus deberes. Y así ha sido.

En su pintura, al igual que en su baile, todo brota desde su interior de una manera natural. Sus creaciones son escenas que La Chunga ha vivido. Utiliza los colores como forma de expresión: rojos, amarillos y azules para la alegría y negros, marrones o verde oliva para la tristeza. No hay que darle más vueltas, los sentimientos se entienden mejor cuanto más puros son.

Las “gitanillas” de sus lienzos miran expectantes al espectador, quieren gustar y ser queridas. Son obras hechas con cariño que piden lo que dan: sinceridad. Y es que al fin y al cabo todos queremos que nos quieran tal y como somos, con lo bueno, con lo malo, con el corazón.

Pedro R. Espartero, crítico flamenco.
Para PARKING GALLERY, Agosto 2011, Sevilla.